Está alerta, pendiente de que suene el estruendo del cohete que inaugura el día; el inicio de un nuevo encierro. Cuando la Policía Foral abre la barrera de la plaza del Ayuntamiento, las ansias de la muchedumbre por acceder al recorrido levantan una ventolera pestilente que evidencia los excesos de la noche.
“Yo lo llamo el hedor del miedo y me pone sobre aviso de que está a punto de sonar el cohete; es un olor espantoso pero muy específico”, recuerda Pío, cuyo lugar privilegiado le permite retratar trepidantes carreras.
Apenas tiene fotos de corredores y toros porque el ángulo desde el que dispara es tan cerrado que o fotografía al animal o fotografía al mozo. Pero en sus series uno intuye, atisba y cree reconocer carreras imposibles de mozos valientes o, en su mayoría, imprudentes que intentan zafarse del asta en el último segundo.
Desde su taburete siente el ‘subidón’ de la adrenalina cada vez que empuña su máquina durante los pocos segundos que transcurren desde que pasa el primer toro frente a su tienda hasta que la imagen del último cabestro se disuelve entre la muchedumbre.
“Aún no me creo que nunca haya pasado algo grave en esta curva; algún susto sí, pero nunca un muerto o algo realmente grave. Dicen que es el capotillo del Santo que tengo pintado en la defensa. Muchos mozos antes de iniciar el encierro se acercan a mi tienda a buscar unos segundos de recogimiento. Una vez, una americana me preguntó si era un sacerdote”, recuerda entre risas este navarro de 66 años, que comenzó a retratar las fiestas de San Fermín en 1963.