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hola!2020
Porque nada es como recuerdas
El resumen de la década 2010-2020, en la que vivimos al límite.
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La Guerra Mundial del siglo XXI
Por Cristina Sánchez
Corrresponsal de RNE en Oriente Próximo
"No hay una solución militar a la guerra de Siria". Es el mantra repetido hasta la saciedad por líderes mundiales, organismos internacionales y mediadores. Pero la realidad sobre el terreno es que, hasta ahora, la única "solución" ha sido militar. Lo fue en 2011 cuando Bachar Al Asad decidió reprimir duramente las manifestaciones antigubernamentales inicialmente pacíficas, al calor de la llamada Primavera Árabe. Lo fue cuando parte de esa oposición optó por coger las armas. Lo fue cuando Irán y Rusia acudieron en ayuda de Damasco. Lo fue cuando los grupos terroristas fueron controlando terreno y Estados Unidos, junto a otros países, intervino. Lo fue cuando Turquía invadió los cantones kurdos. Lo es, a día de hoy, con un régimen que juró "recuperar cada palmo de tierra" y que se ha ido imponiendo militarmente. "Asad o quemamos el país" fue el lema de sus seguidores.
Naciones Unidas dejó de contabilizar víctimas mortales en Siria en 2014. Entonces la cifra superaba las 300.000. Estimaciones posteriores la sitúan por encima de las 500.000. Año tras año, el país ha aparecido a la cabeza de las crisis humanitarias de la actualidad y de las listas de mayor número de personas refugiadas. Una Comisión Independiente de Investigación ha documentado posibles crímenes de guerra y contra la humanidad cometidos por las partes. La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas ha comprobado ataques químicos. Sistemáticamente, las fuerzas progubernamentales han violado las Convenciones de Ginebra atacando hospitales, escuelas, mercados, núcleos urbanos. Nada de todo eso ha servido para obligar a parar la guerra. El Consejo de Seguridad de la ONU se ha mostrado, una vez más, estéril. Los sucesivos vetos de Rusia han frenado cualquier resolución. El proceso de negociación política auspiciado por Naciones Unidas en Ginebra ha sido un fracaso. Y así, Siria se encamina hacia un nuevo y triste aniversario. Nueve años de sufrimiento de su población. Su futuro ha dejado ya de estar en sus manos.

El amor en los tiempos de la revolución
La primera vez que fue a visitar a su padre a prisión, siendo una niña, Noura Ghazi supo dos cosas: que sería abogada para defender a detenidos por expresar sus opiniones y que se casaría con alguien como su progenitor, un conocido opositor sirio. En 2011, en los suburbios de Damasco, escuchó los gritos de las primeras manifestaciones antigubernamentales y conoció a Bassel Khartabil, ingeniero informático de origen palestino. Juntos comenzaron a recorrer las cárceles y comisarías, repletas por la represión con la que el régimen respondió a las protestas. Juntos se sumaron a ellas. Y juntos decidieron caminar en la vida. Noura me contó una vez que, para ella las prisiones, especialmente la de Adra, se habían convertido en una rutina, el lugar al que acudía desde pequeña para ver a su padre, a otros familiares, a sus clientes y, finalmente, a Bassel.
La pareja fijó la fecha de su boda para el 1 de abril de 2012, el primer aniversario del día que se conocieron. Dos semanas antes, Noura tenía que ir a recoger su vestido de novia y juntos confirmarían la reserva del banquete. Bassel nunca apareció. Había sido detenido y trasladado a la temida cárcel de Adra que Noura conocía muy bien. Y allí, separados por una valla, leyeron sus votos procurando no ser escuchados por los guardias y se convirtieron en marido y mujer. En octubre de 2015 recibió su última llamada: "Me llevan a otro sitio". No volvió a saber de él.
El 1 de agosto de 2017 esta abogada de derechos humanos escribió en una red social: "Hoy podemos confirmar que Bassel fue ejecutado días después de ser trasladado de la cárcel de Adra. Habéis asesinado a mi amor. Soy la viuda de la revolución por vuestra culpa. La muerte de mi marido es una pérdida para Siria, para Palestina, es mi pérdida".
Noura tardó casi 2 años en conocer lo que había sucedido con su marido. Su agonía es la de muchas familias en Siria donde organizaciones de derechos humanos calculan en casi 100.000 las personas detenidas o desaparecidas desde 2011, más del 90% a manos de las fuerzas progubernamentales. Algunos han podido reconocer a los suyos gracias a unas fotos. Así supieron que habían sido torturados hasta la muerte. Mirando las miles de imágenes que sacó del país un desertor que bajo el seudónimo de César dio a conocer al mundo la maquinaria de terror de las cárceles de Bachar Al Asad. Cuerpos golpeados, algunos esqueléticos, marcados con un número.
En 2018, las autoridades sirias comenzaron a entregar certificados de defunción en los que aparece como principal causa de fallecimiento un ataque al corazón. Las familias aún esperan poder recuperar los restos de sus seres queridos. Por eso algunas, superando el miedo a las represalias, se han unido para reclamar verdad, justicia y reparación. Son Familias por la Libertad, la organización fundada por Noura Ghazi.

Un país de desplazados
Noura Ghazi vive ahora en Líbano. Como ella, intelectuales, periodistas, activistas, disidentes, que se han visto obligados a un exilio forzado. Y un país en el que casi la mitad de su población se ha convertido en desplazada, dentro de sus fronteras o cruzándolas. No fue hasta 2015 que Europa abrió los ojos, para después cerrarlos y sellar sus puertas. Conocí a otro Bassel en un área de descanso en Austria, un día después de que la plaza de la estación de tren de Keleti, en Budapest, en la que dormía, junto a cientos de sus compatriotas, fuese evacuada. Su hija había cumplido su primer año de vida en Macedonia, tras un mes de travesía. Nacido en Damasco, traductor de profesión, como a muchos otros la guerra le empujó a buscar un futuro mejor lejos de su hogar. "Nunca pensé que me vería obligado a abandonar mi país en estas condiciones. Hemos tenido muchos problemas a lo largo del camino. Me subí a una embarcación con mi bebé tras pagar a traficantes. Hemos cruzado a pie varias fronteras. Pero ¿qué iba a hacer?. No puedo criar a mi hija en la guerra".
Un país de desplazados
Nujeen Mustafa se ha convertido en la voz de muchas de esas personas desplazadas. Nació con parálisis cerebral y pasó su infancia confinada en su casa de Alepo, sin asistir a la escuela. La primera vez que lo hizo fue en Alemania, tras un viaje de miles de kilómetros en su silla de ruedas con apenas 16 años, cruzando mares y fronteras. Ahora estudia en la universidad, ha escrito un libro y da conferencias por todo el mundo. En una de ellas escuché estas palabras de su boca: "Nos hemos convertido en un número en las noticias. Pero yo no soy un número, soy un ser humano. Una persona con sueños que no fue a la escuela hasta los 17 años. Que vivía en un quinto piso sin ascensor rodeada de las historias que contaban los libros. Cómo odio la palabra refugiado. Nos han reducido a animales de una plaga que, temen, se extienda por Europa".
Naciones Unidas acusó al régimen sirio de usar el hambre como un arma de guerra. Menores morían de inanición en esos asedios por falta de alimentos y de acceso a una atención médica adecuada. Firas describía imágenes que parecían del pasado. Personas durmiendo en sótanos abarrotados, calentándose con un poco de madera, sin apenas comer, aterrorizadas por los ataques aéreos. "Atacan las casas, las escuelas, los hospitales. Siento que lo único que puedo hacer es sacar fotos de las víctimas. Comencé a hacerlo porque sentía que el mundo nos había olvidado, que estaba ignorando los crímenes que está cometiendo Bachar Al Asad contra su propio pueblo por demandar su derecho a vivir en libertad, con dignidad".
Firas sigue haciendo fotos en París. Los asedios se fueron levantando tras unos llamados "acuerdos de reconciliación", que fueron de rendición. Y muchos de sus habitantes, trasladados a la provincia de Idlib, en el norte del país, último bastión alzado en Siria. Pero también allí, los grupos terroristas fueron ganando terreno y opositores como Firas, perdiéndolo. Hostigado y exhausto, acabó cruzando la frontera con Turquía y solicitando asilo político en Francia.
Y, sin embargo, la mayoría de los casi seis millones de personas refugiadas sirias viven en los países vecinos. Cruzar la frontera con Turquía fue, para muchos, cuestión de vida o muerte. Escapando de la persecución del gobierno o de los grupos terroristas que fueron ganando terreno mientras lo perdían quienes, en 2011, salieron a las calles. O de ambos. Las tropas progubernamentales y algunos de esos grupos sometieron a ciudades y a poblaciones enteras a asedios medievales. Los de Alepo, la perla siria, y Guta Oriental, en los alrededores de Damasco, fueron férreos y duraderos. Periodistas y activistas locales atrapados en su interior se convirtieron en nuestros ojos durante esos años de cerco. Firas Abdullah es un joven fotoperiodista de la localidad de Duma, sitiada de 2013 a 2018 por el ejército sirio y sus aliados. En nuestras conversaciones, se colaba a veces el sonido de un bombardeo, el de los aviones sobrevolando y el de sus pasos y respiración agitada cuando tenía que salir corriendo en busca de refugio.


El hombre que se reía en la cara del terror
Raed Fares fue, durante mucho tiempo, nuestros ojos en Idlib. Encontró en el humor el arma más poderosa para hacer frente al totalitarismo. Al de la familia Asad y al de los grupos terroristas que se instalaron en su provincia. Fue perseguido por unos y por otros. Fue objeto de una campaña de desprestigio en el exterior, acusado de apoyar a los mismos extremistas que le atacaban y amenazaban de muerte. Y, con todo, nunca perdió la sonrisa. Hasta que hombres armados y enmascarados se la arrebataron, acribillado a balazos.
Como muchos otros, en 2011 se sumó a las manifestaciones antigubernamentales. Y fue más allá. Comenzó a publicar fotos de pancartas, escritas en inglés y en árabe, para agitar conciencias. Todas con una firma: "Desde Kafranbel". La ciudad en la que nació Radio Fresh, la emisora de radio que Raed Fares fundó para transmitir su idea de libertad. Una idea que, decía, no puede morir, no puede ser asesinada. Y aún así, lo intentaron. En varias ocasiones. Combatientes afines al autodenominado Estado Islámico le dieron por muerto tras dispararle a las puertas de su casa. Pero se recuperó de las heridas. Fue secuestrado por la antigua rama de al Qaeda en Siria que atacó los estudios de Radio Fresh y le prohibió, además, emitir música. La respuesta de la emisora fue sustituirla por otros sonidos como el de pájaros, gallinas o cabras. Cuando le prohibieron que se escuchasen voces femeninas, usó un programa informático para que las de sus compañeras mujeres sonasen como la de un hombre. Cuando las aviaciones siria y rusa atacaban, llevaba a los alumnos a sótanos para que pudieran seguir dando sus clases.
Raed Fares viajó por todo el mundo, pudo pedir asilo en otro país y, sin embargo, siempre regresaba a Idlib. En una de nuestras entrevistas me explicó las razones: "Muchos de mis amigos han muerto aquí, a mi lado. Así que ¿cómo voy a temer por mi vida si mis amigos han dado la suya?. Sigo creyendo en la revolución y si regresara a 2011, haría exactamente lo mismo que hice entonces". Una revolución que los grupos terroristas hurtaron. Y algunos metieron en ese saco a todos. Incluido al propio Raed que fue tildado de conspiracionista. Así respondía a esas acusaciones en una conversación con Radio Nacional: "No es justo llamar a Idlib un nido de terroristas, porque hemos luchado contra esos grupos desde 2015. Aún lo hacemos y seguiremos haciéndolo. Porque es nuestro sufrimiento, no el vuestro. Es nuestro país, no el vuestro. Es nuestro futuro, nuestra vida". En noviembre de 2018, pusieron fin a la suya junto a la de su amigo y colega Hamoud Juneid. Cientos de personas acudieron a su funeral en Kafranbel y Raed Fares acabó siendo protagonista en una de sus famosas pancartas en la que podía leerse: "La grandeza de Raed y Hamoud fue el regalo de la libertad, pero su asesinato fue el resultado de la vergonzosa indiferencia del mundo".

Las ruinas de la "liberación"
Yaroub Ali, refugiado político iraquí, me acompañó en 2018 en mi viaje a dos de las capitales del autoproclamado Califato, expulsados ya sus combatientes por sendas ofensivas con apoyo de la Coalición Internacional liderada por Estados Unidos. Ante las ruinas de la Ciudad Vieja de Mosul, en Irak, se derrumbó: "La destrucción es como una Hiroshima, es una destrucción masiva. ¿Es esto una liberación? Yo creo que no, es una devastación. Eso es lo más doloroso para mí. Cada edificio tiene una historia, cada tienda tiene una historia, cada persona tiene una historia".
Según Amnistía Internacional, Raqa es la ciudad más devastada en los tiempos modernos. Entorno al 80% de sus edificios fueron destruidos o dañados durante la ofensiva para derrotar al grupo terrorista. Las fuerzas estadounidenses admitieron haber disparado hasta 30.000 proyectiles de artillería, sumados a miles de ataques aéreos. Y una investigación de la organización de derechos humanos cifró en al menos 1.600 los civiles muertos por esas acciones. En marzo de 2018 caminamos por sus calles casi desiertas y cubiertas de escombros. Las fachadas que aún quedaban en pie estaban siendo marcadas para señalar los lugares que habían sido limpiados de artefactos explosivos con los que los combatientes sembraron muchos lugares. Meses después de su "liberación", la guerra aún hacía estragos y algunos de los que se aventuraban a regresar, resultaban heridos o muertos por bombas trampa. Y, sin embargo, trabajaban para devolver la vida a su ciudad. Con sus propias manos y medios. Abriendo tiendas, recogiendo y enterrando cadáveres, reciclando material para reconstruir, limpiando el césped del estadio de fútbol que el autodenominado Estado Islámico convirtió en tenebrosa prisión.
Un año después, volvimos a cruzar la frontera entre Irak y Siria para contemplar otro escenario fantasmagórico. El que dejó tras de sí la batalla final contra el último bastión del grupo terrorista. Las Fuerzas Democráticas Sirias, la coalición kurdo árabe apoyada por Estados Unidos, habían librado una tras otra desde la de Kobane en 2014 hasta la de Baguz en 2019. Cinco años de lucha en los que perdieron la vida unos 11.000 de sus hombres y mujeres. De ese último lugar en el que resistieron los combatientes del autodenominado Estado Islámico, poco queda en pie. Probablemente nunca sabremos cuántos de ellos y de sus familiares murieron en ese pedazo de tierra. Cuando los periodistas pudimos acceder, para la proclamación oficial del final del Califato territorial, había sido limpiado de cadáveres, como si allí no se hubiese desarrollado una guerra. En las semanas previas, miles de personas se habían rendido o entregado y ahora abarrotaban el campo de Al Hol que, a duras penas, podía atender a sus más de 70.000 moradores.
Las autoridades kurdas mantienen detenidos en el noreste de Siria a unos 70.000 combatientes y familiares del grupo terrorista, de al menos 54 nacionalidades. Es otro de los "daños colaterales" de la "liberación". Cuando en septiembre regresamos a esa región del país, el escenario había cambiado por completo. La Administración Trump anunció el repliegue de sus tropas e, inmediatamente después, Turquía lanzó su ofensiva contra las fuerzas kurdas que Ankara considera terroristas. Los acontecimientos se precipitaron vertiginosamente. Las Fuerzas Democráticas Sirias pactaron con Bachar Al Asad el regreso del Ejército sirio. Turquía llegó a un acuerdo con Rusia. Y Estados Unidos no se acabó de marchar. Unos y otros patrullan ahora por ciudades y carreteras, en un frágil equilibrio. Y se pasan la pelota de los retenidos en campos de desplazados y centros de detención. Algunos, aprovechando ese caos, han escapado. Y, ante el deterioro de la seguridad, muchas organizaciones humanitarias han retirado a su personal extranjero o, simplemente, han suspendido sus actividades.
Kino Gabriel, portavoz de las FDS, nos decía que carecían de los recursos y el personal para poder atender y controlar a ese número tan elevado de detenidos. Y una nueva visita al campo de Al Hol nos lo confirmó. Mi compañera Natalia Sancha había publicado un artículo en el diario El País en el que hablaba de un "mini Estado Islámico" en femenino en la zona acotada para mujeres extranjeras. Radio Nacional pudo acceder a ella en marzo. Seis meses después, las autoridades kurdas solo nos permitieron acercarnos a una de sus puertas y hablar con algunas de ellas a través de una valla. Las más radicalizadas se mezclan con las "moderadas" en una difícil convivencia que ya se ha cobrado vidas. Asesinadas por no atender la interpretación más rigurosa del Islam que profesan las otras.
Llegamos a Al Hol dos días después de que Estados Unidos anunciase la muerte del autoproclamado Califa. Abu Bakr Al Baghdadi detonó un chaleco de explosivos tras ser acorralado por un grupo de las Fuerzas Especiales estadounidenses en la provincia siria de Idlib, no lejos de la frontera con Turquía. Muchas mujeres estaban de duelo y gritaban por el regreso "del Estado". Su Califato territorial ha desaparecido, su líder ha muerto. Su ideología será mucho más difícil de derrotar. Ningún gobierno parece haber pensado en el día de después en Siria.
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