hola!2020

Porque nada es como recuerdas

El resumen de la década 2010-2020, en la que vivimos al límite.

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Vidas móviles con la cabeza en las redes y la identidad en la nube

Por Gorka Zubizarreta

RTVE Digital

Mira a tu yo de enero de 2010. Seguramente llevas un móvil sin Whatsapp y que solo tiene las apps preinstaladas. Subes todas tus fotos a tu Facebook y te acabas de abrir una cuenta en Twitter. Te has comprado un navegador GPS para el coche y por la tele anuncian que los canales analógicos van a dejar de emitir en breve. Y tus datos… ¿quién iba a querer hacer negocio con ellos si no tienes nada de extraordinario?

Mírate ahora. Todos tenemos un segundo yo en la nube que sabe más de nosotros que nosotros mismos. Hemos permitido ese acceso porque las apps nos facilitan la vida: nos indican el camino más corto, nos evitan ir a la sucursal del banco y nos traen comida a casa. 

En los últimos diez años hemos trasladado la conversación a Whatsapp, las discusiones a Twitter y hemos empezado a pagar por los contenidos que antes descargábamos ilegalmente.

Y mientras lees esto, millones de decisiones basadas en el Big Data y la inteligencia artificial están modelando tu vida actual y futura.

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Tu persona virtual vale mucho y cuesta poco

¿Quieres saber cuánto valen tus datos? En esta calculadora del Financial Times puedes hacerte una idea. Las empresas no pagan tanto como pensabas. Como muchísimo un dólar según este medio.

La privacidad está en el centro del debate desde hace años y ha sido el campo de batalla entre empresas y reguladores. Proporcionamos cada minuto información que, aunque cuesta poco, resulta muy valiosa en una economía ansiosa de conocer nuestros gustos y hábitos.

Escándalos como el de Cambridge Analytica, con el robo de datos de millones de usuarios en Facebook para influir en la victoria de Trump, pusieron en alerta a las autoridades de todo el mundo. La opinión pública se fabrica en las redes y quien tiene ventaja en ese campo tiene mucho terreno ganado. 

Los 2010 han sido los años de las filtraciones que han sacudido al mundo: WikiLeaks, Snowden, los papeles de Panamá.... Nunca antes las brechas de seguridad habían creado crisis políticas tan grandes. Estos años también han conocido ciberataques que han paralizado empresas, como el de tipo ransomware que afectó a 150 países en mayo de 2017 y obligó a apagar los ordenadores de Telefónica.

La ley de Protección de Datos aprobada en 2018 mejoró el derecho a la privacidad en internet e incluía derechos como la desconexión digital. Pero al mismo tiempo autorizaba a los partidos a rastrear las opiniones políticas de los ciudadanos sin su consentimiento, en un artículo que fue anulado por el Tribunal Constitucional.

Sofá, manta y a pagar por los contenidos online (y no pasó nada)

En 2010 seguramente estabas con el Torrent a tope bajando películas que no llegarías a ver jamás y acumulando gigas y gigas de vídeo en tu disco duro. Todos lo hicimos. Si estaba ahí, lo cogías. Era la época en la que los autoproclamados “internautas” reclamaban el derecho del ciudadano a apropiarse del trabajo de un creador, independientemente de si este lo había autorizado o no. 

Un polémico canon digital que gravaba los soportes y compensaba a los artistas fue anulado por la justicia y regresó en 2017 con una nueva versión, que obliga a pagar a los fabricantes de dispositivos digitales.

El final de la década del 2000 fue la era de la acumulación, del “ya lo veré algún día”. En estos diez años hemos pasado de los CD y DVD pirateados a disponer en el móvil de cientos de películas al instante. Pasando previamente por caja, claro, con un número creciente de plataformas digitales que se van disputando los contenidos y que obligarán a ser selectivos. 

¿El problema? Que pagas por unos productos que no son tuyos y que pueden desaparecer del catálogo en cualquier momento. El formato físico sigue teniendo sus fieles, sobre todo en el mundo del videojuego, pero las grandes tiendas culturales van arrinconando el formato disco y asemejándose cada vez más a papelerías-tiendas de regalo con cafetería.

Las suscripciones de pago se han abierto paso en un país que encabezaba las listas de piratería. Las descargas ilegales llevan varios años descendiendo ante el empuje de servicios como Netflix, HBO y Spotify.

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El streaming ya es la forma habitual de consumir películas, series y música y está llamado a ser el futuro en los videojuegos, con iniciativas como Google Stadia y Project xCloud de Microsoft que nos permitirán jugar en cualquier parte sin necesidad de instalar nada.

Youtube ocupa gran parte de nuestro ocio con infinidad de canales de los temas que nos interesan. Seguimos a las nuevas estrellas de la comunicación que han nacido en este medio, como los casters de los eSports.

¿Y el cine? Sorpresa, no ha muerto. Pero está amenazado por unos hábitos de consumo cada vez más caseros y unos estudios que solo apuestan por valores seguros: los superhéroes, los remakes y la animación. Las películas dedicadas a un público adulto parecen destinadas a ser consumidas en las plataformas digitales, que se están convirtiendo en productoras y exhibidoras.

Técnicamente, la década ha visto sucumbir a la proyección en 3D por enésima vez y ha asistido al intento de los cines de reinventarse con trucos de dudosa eficacia como los efectos especiales dentro de las salas y sistemas de imagen y sonido mejorados para cobrar más al espectador. 

En casa, hemos arrinconado el ordenador de sobremesa por el portátil y el portátil por el móvil. En 2010 llegó el primer iPad y tuvo un éxito descomunal. Hoy la tablet sigue siendo el dispositivo favorito en los hogares… para los niños.

El 4K, llamado a revolucionar la televisión, avanza lentamente por la ausencia de contenidos específicos en las grandes cadenas. Y el 3D doméstico murió sin hacer mucho ruido. El apagón analógico y la TDT trajeron un mayor número de canales pero eso no se tradujo en más variedad. Las parrillas de muchas de las nuevas cadenas son clónicas y las generalistas siguen acaparando la mayor parte de la audiencia.

El videojuego ha vivido una edad de oro con la madurez de un medio a quienes muchos se resisten a calificar como cultura. Sony ha sido la gran triunfadora, colocando más de 100 millones de PlayStation 4 en los hogares. La PS4 ya ha superado a la Nintendo Wii y es la segunda consola de sobremesa más vendida de la historia, solo por detrás de PlayStation 2.

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Pero la forma de jugar no ha cambiado en la mayoría de los casos: un mando con el que controlamos a un personaje en una tele. Por el camino han caído proyectos como Kinect, el revolucionario sistema de control por movimiento de Microsoft. Sony también tropezó con sus sensores de movimiento Move, que nunca llegaron a alcanzar la popularidad de los nunchuks de la Wii. 

Solo Nintendo se atrevió a apostar por algo distinto y acertó, después de fracasar con Wii U. Su Switch, una consola híbrida que funciona de forma portátil y conectada a una tele, ha conquistado a millones de jugadores.

Los eSports continúan con su ascenso imparable. Sus audiencias millonarias en internet y la cantidad de aficionados que atrae cada evento lo convierten en un fenómeno que, más pronto que tarde, alcanzará la repercusión de los deportes tradicionales.

El otro fenómeno que ha marcado el ocio electrónico en estos últimos años tiene un nombre, Fortnite, y un modelo de negocio free-to-play procedente de los móviles que ha revolucionado el sector. El juego se ofrece gratuitamente pero incluye algunas compras dentro del juego en forma de mejoras o complementos estéticos.

La gran incógnita que deja el final de los 2010 es si la realidad virtual logrará implantarse en el mundo del entretenimiento. En su forma actual, lo tiene difícil. Las PS VR de PlayStation 4, la mayor apuesta comercial hasta la fecha, no terminan de cuajar por un catálogo de juegos con pocos títulos atractivos y porque no terminan de ser cómodas. Otras propuestas, como Oculus Rift, se han visto lastradas por un precio demasiado alto y por la necesidad de utilizar un PC potente. El nuevo diseño de Oculus, Rift S, prescinde de los engorrosos cables y es el primer paso hacia una realidad virtual más accesible y amable.

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Pendientes de todo, casi nunca centrados

Si en 2010 te hubieran dicho que el 75% de los jóvenes prefieren internet a salir de fiesta te habrías reído. Fuerte. Pues esa es la realidad de 2019. La actividad preferida de ocio entre los 15 y los 29 años es chatear o navegar por internet. Esto sí que es un cambio de paradigma y no lo que trajo la máquina de vapor.

Nunca antes nos habíamos relacionado con tanta gente a la vez. Que si son relaciones superfluas, que si los amigos de Facebook no son amigos y que si las redes sociales solo sirven para el postureo y para polemizar. Pero es donde estamos tras unos 2010 que comenzaron sin Instagram ni Tinder.

Las redes sociales se han convertido en el centro de nuestras vidas. Whatsapp no solo acabó con el SMS, también con nuestro tiempo libre por culpa de los grupos. El meme es el lenguaje que nos une a todos, las Stories nuestra ventana al mundo y el número de seguidores el nuevo patrón oro. Y si no te has metido en algún charco en Twitter, algo has hecho mal.

El salto generacional es lo más parecido a un abismo. Los referentes de los más jóvenes están en Instagram y Youtube, no en una tele convencional cada vez más ignorada. Prefieren ayudar a escapar a los rehenes de un secuestro transmedia del que sus padres no han oído hablar.

Hoy Tik Tok es lo más, ayer Snapchat iba a arrasar y nadie sabe qué red lo romperá en un par de años.

El móvil como brújula de vidas conectadas

Puede que estés leyendo este texto en tu smartphone. Más de la mitad de los usuarios de RTVE.es lo hacen y el consumo de información en móviles no para de crecer. Si estás ante un ordenador, perteneces a un sector de la población que va a menos pero no te preocupes, te seguiremos cuidando.

Los móviles han multiplicado sus capacidades en estos diez años al mismo tiempo que aumentaba el tamaño de su pantalla, la duración de la batería o su capacidad de almacenamiento. Es nuestra cámara, agenda, tarjeta de crédito, navegador GPS y hasta puede medir la frecuencia cardíaca. 

Muchos de los fabricantes punteros de principios de siglo como Nokia, Ericsson o Siemens no superaron la transición al smartphoney desaparecieron o están bajo mínimos. El eje se ha desplazado de Europa a Asia, con gigantes como Samsung, Huawei o Xiaomi que cada vez tienen más cuota de mercado. 

Marcas pioneras como Motorola también fueron adquiridas por empresas chinas en una década que vivió el auge del sistema operativo Android y la desaparición de Windows Mobile. El intento de Microsoft por plantar cara a Android e iOS con una propuesta original nunca llegó a tener una penetración suficiente y acabó languideciendo.

Apple sufrió el golpe de la muerte de Steve Jobs en 2011 y se ha reinventado con dispositivos como el Apple Watch mientras seguía renovando el iPhone, el producto más exitoso de su historia. La marca de Cupertino ha visto como Samsung le hacía una dura competencia en la gama alta de los smartphones.

La empresa coreana también sufrió duros reveses de imagen, como cuando paró la fabricación del Galaxy Note 7 porque salía ardiendo o cuando suspendió el lanzamiento de su móvil plegable Galaxy Fold por problemas en la pantalla.

El móvil se ha convertido en un elemento tan importante en la vida cotidiana que ha sido utilizado como arma en la guerra comercial entre EE.UU. y China, con el usuario como rehén. La empresa china Huawei se quedó sin poder acceder a las actualizaciones de Google en pleno intento del Gobierno de Trump de vetar al fabricante de móviles.

En la década pasada el número de móviles superó al de personas en el mundo y los dispositivos conectados van a crecer exponencialmente con el 5G, que facilitará el “internet de las cosas” con una velocidad cien veces superior a la actual.

Nuestras vidas se rodearán de aparatos conectados permanentemente a la red. Ya lo estamos viviendo, con los smartwatches y altavoces inteligentes que nos leen las noticias, permiten controlar las luces de casa y regular la calefacción. 

Esta proliferación de aparatos tiene un lado dañino para el medio ambiente que se ha agravado en los últimos años. España genera casi un millón de toneladas de residuos electrónicos al año, de las cuales solo se recoge alrededor del 20%. Los móviles cada vez tardan menos en quedarse obsoletos y en convertirse en chatarra.

La tecnología, que tanta desconfianza produce en muchos usuarios, se ha puesto al servicio de la seguridad y la salud en los últimos años. Los coches de nueva fabricación ya están obligados a llevar un sistema que se comunique con el 112 en caso de accidente. Además, gracias a la bajísima latencia del 5G se comunicarán con el resto de vehículos, reduciendo la posibilidad de un accidente. 

El coche autónomo es la próxima gran meta de la industria y también evitará muertes en carretera al eliminar el factor humano de la ecuación. Distracciones, velocidad y alcohol siguen siendo las principales causas de las muertes en carretera. Pese a todo, los accidentes seguirán siendo inevitables, como lo demuestra el primer atropello mortal de un coche sin conductor en 2018 (por una aparente imprudencia del peatón).

En el ámbito de la salud también se han logrado avances importantísimos gracias al Big Data y la inteligencia artificial. En el futuro veremos médicos virtuales que ayuden al diagnóstico con muy poco margen de error.

El día a día de muchos pacientes ya está mejorando gracias a dispositivos como los sensores flash adheridos a la piel que permiten a los diabéticos medir el nivel de glucosa en tiempo real y leer el resultado en el móvil.


Frente a estos avances, la década también nos ha traído inventos que son un paso atrás en salud, como los cigarrillos electrónicos. Al menos 39 personas han fallecido por enfermedades relacionadas con el vapeo en EE.UU., un país en el que las grandes tabaqueras buscan atraer a clientes jóvenes lanzando sus propios cigarrillos electrónicos.

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Ciudades modeladas por los datos: desde las colas del hipermercado al patinete que alquilas

Hace diez años alquilar un coche suponía recogerlo en una agencia o en el aeropuerto. Pagar en el supermercado era la aventura de no escoger la cola más larga y que la persona de delante no soltara todo el cambio que tenía acumulado en casa.

Hoy en Madrid puedes abrir cientos de coches con tu móvil y alquilar scooters, patinetes eléctricos y bicicletas. En casa puedes dictar la lista de la compra a tu altavoz inteligente y te llegará en unas horas. Y si decides acercarte al hipermercado, una pantalla te dirá en qué cola te tienes que colocar para minimizar el tiempo de espera. Eso si prefieres que un empleado escanee los productos y no tener que hacerlo tú. 

Detrás de estas pequeñas tareas diarias hay una ingente cantidad de datos que van cambiando nuestro en torno y las relaciones socioeconómicas. Si vas a un restaurante de comida rápida lo más normal es que ya no hables con nadie al hacer un pedido. Lo encargas en un quiosco electrónico y te lo llevan a la mesa. Un mundo tan eficiente como frío en un país acostumbrado a la indisciplinada barra de bar y al “¿Quién da la vez?” en el mercado.

El pago con el móvil se ha popularizado y las tarjetas contactless han agilizado las compras y nos han liberado del dinero en efectivo. Las criptomonedas son todavía un producto no regulado por las autoridades europeas y Facebook ha tenido que frenar su idea de lanzar una moneda propia, Libra, por las dudas que ha planteado a gobiernos y bancos centrales.

Los hábitos de compra también han cambiado. Nos dirigimos hacia una economía del uso, no de la posesión. En el futuro será difícil justificar la adquisición de un coche para conducirlo solo en ciudad cuando tienes opciones más económicas, seguramente más ecológicas y que no te atan tanto. Pero el mango de la sartén lo seguirán teniendo las empresas de la llamada economía colaborativa, ya que serán ellas las que fijen los precios de los servicios.

El cliente y su móvil son los nuevos reyes (o eso nos hacen creer) de la economía. Todo se puntúa: desde la amabilidad del conductor del VTC que te ha traído a casa a la puntualidad del repartidor de comida. El taller en el que has arreglado el coche te avisa de que una nota por debajo de un 9 es un suspenso para sus supervisores.

En este nuevo escenario urbano poblado por riders y vehículos compartidos la movilidad sostenible tiene cada vez más peso en la gestión de las ciudades. El Big Data se antoja fundamental para crear entornos más amables, con una mejor gestión del tráfico y el transporte público.

Nuestra forma de movernos ha cambiado en estos diez años y seguirá cambiando. Antes, si ibas a comprar un coche la única pregunta que te hacían en el concesionario era “¿gasolina o diésel?”. Hoy se han multiplicado las alternativas, el coche híbrido está implantado y el eléctrico va avanzando lentamente entre las dudas que genera su autonomía. En definitiva, los 2010 han supuesto el inicio del fin del combustible fósil en los vehículos.

El escándalo del Dieselgate de Volkswagen a mediados de la década y la emergencia climática han impulsado otras formas de moverse en un mercado cada vez más diversificado. Las marcas ofrecen vehículos de gas natural y gas licuado de petróleo, pero la la limitada red de repostaje es el gran hándicap al que se enfrentan estos coches. 

¿Y qué le espera a las poblaciones pequeñas y a la España vacía? Seguramente una brecha digital cada vez mayor. Las empresas de servicios solo apostarán por las grandes ciudades, donde estará su masa de clientes. Los avances ya tardan en llegar a las ciudades de tamaño medio, así que no cabe esperar que las pequeñas sean las primeras receptoras de las innovaciones.

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Una década llena de acontecimientos quemarcaron el futuro

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