Lee las cartas de despedida al 2020 de quienes han luchado y sufrido en primera línea la Covid-19
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Adiós 2020, el año que descubrimos a los trabajadores "esenciales"
Trabajadores esenciales. Los que están en primera línea. Los otros héroes. Los curritos. Se ha hecho alusión a ellos de múltiples formas durante este 2020 al que le faltarán días para agradecer todo lo que cajeros de supermercado, ‘riders’, conductores, camioneros, pescaderos, barrenderos, panaderos o trabajadores de la limpieza han hecho por él.
Con las calles desiertas, la ciudadanía confinada y la frase “quédate en casa” instalada en las mentes conscientes y subconscientes, hubo quienes no tuvieron opción de resguardarse. En sus manos estaba impedir que el coronavirus detuviera también todas esas actividades que garantizan algo tan primario como es la supervivencia de un país, y así se mentalizaron.


Su esfuerzo y su compromiso social ha seguido intacto durante la segunda ola, pero la mayoría tiene ganas decirle adiós a un año que no podrán ni querrán borrar de su memoria, para lo bueno y para lo malo.
Los 'curritos', en primera línea del coronavirus: "Estamos padeciendo esto más que nadie"
Adiós, 2020. Me despido con gusto de ti porque has sido un año duro. Después de diez años sin trabajar como camionero, decidí volver a la carretera justo el 5 de enero, sin saber todo lo que vendría.
Estaba muy feliz en mi nuevo trabajo y, de repente, me encuentro con esta pandemia que nos está cambiando la forma de vida a todos. Está cambiando el mundo, se está llevando nuestras libertades y está acabando con la era del bienestar que tanto esfuerzo y tantos años nos había costado construir.
La verdad, creo que todo ha sido una locura y dentro de esa locura los camioneros hemos hecho lo que siempre hacemos, salir a la ruta y cumplir con nuestro trabajo, sin más, igual que han hecho los sanitarios, los empleados de supermercados y tanta gente que ha trabajado porque, de lo contrario, el sistema habría hecho ‘crack’ total.

No hay héroes en esta pandemia, simplemente gente que ha hecho lo que tenía que hacer.
Pese a todo, yo no he sentido reconocimiento a mi trabajo en estos meses. Se nos ha negado entrar a aseos, se nos ha negado contar con lugares abiertos para comer o cenar y en algunas empresas ni siquiera nos dejaban entrar dentro, como si fuésemos infecciosos. Nos tenían esperando horas y horas para cargar y descargar sin dejarnos ni siquiera pasar al baño o darnos una ducha.
En cuanto al tema económico, cada día trabajamos más y desde que irrumpió la pandemia se amplió nuestro horario de conducción. Hacemos jornadas laborales de hasta 15 horas de presencia y, de ellas, diez son de conducción. Durante el confinamiento, se dio vía libre para conducir más horas bajo el mismo sueldo, lo que llevó a que hubiera más accidentes. Todos los días veías un camión volcado en la ruta, otro camionero que se quedaba dormido...
Yo, a día de hoy, trabajo con la misma alegría y ganas que antes de la pandemia, nada ha cambiado para mí, lo único que me entristece es ver cómo está cambiando la vida de la gente. Por eso, si tuviera que despedir el año y pedir una cosa, esa cosa sería que para el 2021 la gente vuelva a ser igual que antes de la pandemia, que pierdan el miedo a morir y, sobre todo, pierdan el miedo a vivir, porque al fin y al cabo con tanto miedo a la muerte se están olvidando de vivir.
Sabemos que "la inesperada" -así llamamos a la muerte en Latinoamérica- va a venir a buscarnos en cualquier momento, con COVID o sin él. Por eso, como decían en Trainspotting, aquella película inglesa maravillosa, y en su canción, Choose Life, elijo la vida. Pero la VIDA con letras mayúsculas. No hay otra opción.
2020, me dirijo a ti para contarte algo. Trabajo en Mercadona desde hace 32 años y jamás me habría imaginado que viviría desde mi puesto lo que he vivido contigo.
Desde marzo hasta hoy, he tenido que presenciar momentos que serán difíciles de olvidar. Lo más impactante para mí, al principio de la pandemia, fue ver aquellas colas larguísimas de gente que esperaba para entrar a comprar por temor a que se agotaran los alimentos y productos básicos. Parecía que estábamos en estado de guerra. Venían a comprar comida como para 15 o 20 días y veía caras de mucho miedo.

Recuerdo que, incluso, había clientes que me decían ‘no me abras las bolsas porque no quiero que las toque nadie’. Era un pánico horrible. Se vaciaban las estanterías y no daba tiempo a llenarlas.

Es verdad que durante unos meses tuvimos que trabajar diez veces más, pero a mí eso no me importó porque estar activa me ayudaba a no pensar y a normalizar la situación. Además, sentía que mi trabajo era importante.
Yo nunca lo he puesto en duda, pero tengo la sensación de que en este tiempo la sociedad ha empezado a valorar más algunas profesiones que se consideraban de nivel bajo y que, sin embargo, son esenciales en los peores momentos, como la nuestra o la de las limpiadoras.

En lo personal, el año fue especialmente duro al principio de la pandemia, por lo que suponía no ver a muchos de tus seres queridos y por el miedo a contagiar a tu marido o tus hijos. A pesar de todo, siento que estamos viviendo algo histórico y creo que también hay cosas que podemos agradecerte a ti, 2020.
Nos has permitido ser aún más conscientes de cuáles son las cosas verdaderamente importantes y confirmar que tener diez casas o veinte coches no da la felicidad. Cuando más feliz eres es cuando estás sano, tienes trabajo y puedes disfrutar de tu familia. Ojalá el próximo año podamos seguir teniendo esas tres cosas y lo hagamos, por fin, con libertad.
Trabajo como ciclomensajero desde hace tres años en Madrid. Estuve primero en Deliveroo y después formé con otros compañeros La Pájara, una cooperativa de ciclomensajería que está poco a poco creciendo y creando una alternativa sostenible a las grandes plataformas a nivel local, con el apoyo fundamental de CoopCycle, aunque hemos tenido dificultades y altibajos en este 2020.
Al comienzo de la pandemia, era inevitable trabajar con una sensación de miedo. Estábamos muy expuestos por estar tantas horas en la calle y llamando a muchas puertas, mientras la mayoría de las personas seguía en casa. Las nuevas prácticas y las medidas de higiene se fueron convirtiendo poco a poco en una rutina y al final conseguimos adaptarnos pronto.
Lo que sí impresionaba mucho era ir por el centro de la ciudad cuando apenas había coches. Por un lado, era una gozada pedalear sin tráfico, pero, por otro, era bastante triste. Las calles estaban llenas de controles y ambulancias.

Aunque nunca tuvimos problemas, la policía nos paraba a menudo, en mitad de los repartos, cuando tenías los minutos contados. Luego, volvías a casa después de una jornada dura y lo primero que hacías era ducharte y poner toda la ropa en la lavadora.
Durante el primer mes de estado de alarma paramos la actividad de la comida a domicilio, porque los restaurantes cerraron, pues colaboramos solo con pequeños negocios y nos negamos en colaborar con cadenas o franquicias. A lo que más me dediqué durante la primera ola fue a la mensajería de grupos de consumo y pequeñas tiendas, así como al reparto entre particulares que no podían salir de casa.
Transportábamos, por ejemplo, las mascarillas que una señora fabricaba a mano y distribuía entre sus familiares y conocidos. También llevábamos encargos de comida o libros a otras casas porque el ocio en esos momentos de encierro fue muy importante.

De alguna forma, yo sí siento que hemos podido ayudar a mucha gente con nuestro trabajo, pero lo frustrante es que esto no se refleje en unas mejores condiciones laborales en nuestro sector, o para la mayoría de ‘riders’. Decían que con la pandemia todos seríamos más solidarios y creo que no es cierto porque continúan la explotación, las prácticas abusivas por parte de las grandes plataformas, y las prácticas de consumo histéricas, sin reflexión de lo que hay detrás de un servicio.
Por todo lo vivido, hay muchas ganas de decirle adiós a este 2020. Solo el cambio de fecha ya permitirá a mucha gente sentir un respiro de alivio. Después, el 2021 ya nos dirá qué nos toca.
Adiós 2020, un año más de experiencias y vivencias únicas. Cuando parecía que el país remontaba, llegó marzo con una sorpresa que dibujó un paisaje casi apocalíptico en las calles de nuestra ciudad. Los mercados abarrotados con largas colas, el telediario informando y nuestro tan querido progreso se volvía a esconder. Y yo me preguntaba ¿y ahora qué?
Con el sabor amargo por el precio que se está cobrando esta pandemia que nos hacer ver lo frágiles que somos y lo rápido que nos cambia nuestra forma de vida, observo que esta situación también nos puede hacer reflexionar y valorar lo que teníamos antes.
No me he presentado. Mi nombre es Antonio. Soy conductor de autobús de la EMT y miembro del Sindicato Independiente de Transportes. Y sí, pertenezco a ese grupo de personas alistadas como en tiempos de guerra para librar la batalla en las calles de Madrid.

Normalmente suelo llevar cerca de 600 viajeros y de un día para otro pasé a llevar nueve. No había personas, no había vida, las tiendas estaban cerradas, las carreteras sin coches… Al menos siempre quedaba la radio encendida que nos hacía compañía en esos días grises. Echaba de menos el “buenos días del viajero”, la charla sobre el partido de ayer. En definitiva, a la gente.
Fueron días y momentos muy difíciles en los que no había mucha información y esta era difusa. Existía mucho miedo, tocaba improvisar a diario ante el caos, y el mayor deseo era no ser uno más dentro de esas listas de contagiados y muertos.
Como trabajadores esenciales, afrontábamos el día a día con el convencimiento de saber que estábamos haciendo nuestra parte para seguir dando vida a esta ciudad y a sus ciudadanos, dándole la movilidad que una ciudad como esta necesita y más en estos momentos.

Sin duda, lo más complicado ha sido afrontar cada día con la incertidumbre de no saber qué iba a pasar con tus allegados. Si recibías una llamada a deshora te entraba el miedo, y también me dolió no haber estado con un amigo al que se le murió el padre.
Sin embargo, no dejaré de pensar que uno sí que puede aprender de cualquier situación y, aunque sea por amor propio, debemos hacerlo.
En ese tiempo escuché una frase: “Éramos felices y no lo sabíamos”. Así es, hemos aprendido a valorar lo simple de lo cotidiano, eso que damos por hecho, que deberíamos saborear cada momento, los paseos, a los viajeros, el café de la mañana, el gol de tu equipo y, por qué no, el fin de año.
Por todo esto, al 2021 solo le pido una cosa, que su salida sea mejor que su entrada.
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