Enrique IV le pidió al papa Pío II que delegue su facultad de nombrar inquisidores para Castilla en un comité formado por él mismo, Lope de Rivas, obispo de Cartagena, y De Véneris.
Sin embargo, Pío II, que ansiaba conservar el control de la nueva inquisición, institución que la iglesia esperaba que pusiera coto a la judaización entre los cristianos nuevos, nombró a De Venéris como su primer inquisidor general.
En la guerra civil, en la batalla de Olmedo, De Venéris trae un mensaje de Enrique IV: el rey perdona a los nobles si 'vinieren a mis servicios, como súúbditos naturales.'
En los pactos de Guisando, también hubo un inter&eoacute;s internacional para que se sellara la paz entre los dos bandos: De Venéris era el enviado de Roma mientras que Peralta era el de Aragón.
El nuncio amenazó con la excomunión a Pacheco, Carrillo, Fonseca y otros pero tuvo que dar marcha atrás por temor a ser agredido físicamente. Al Papa, además, lo único que le interesaba es que Castilla le ayude en su cruzada contra los turcos.
Paulo II le encomendó al nuncio que representara a Roma en el solemne acto de juramento de paz entre Isabel y Enrique IV en las Vistas de Guisando. Roma bendijo que Enrique IV proclamara a Isabel 'Princesa primera y legítima heredera…' si así se ponía fin a años de guerra civil en la corona de Castilla.
El legado papal también estuvo implicado en la trama de la falsa bula papal, el ardid al que recurrió el arzobispo Carrillo, para tirar adelante la boda entre Fernando e Isabel.