Fue rey de Castilla desde 1454, tras la muerte de su padre Juan II de Castilla. Nacido en Valladolid en 1425, era hijo de la primera esposa de Juan II, María de Aragón.
Casado en primeras nupcias con Blanca de Navarra, finalmente la repudió y pidió la nulidad matrimonial aduciendo que un encantamiento le impedía consumar el matrimonio, no teniendo tal problema con otras mujeres.
En 1455 contrajo matrimonio con Juana de Avis, que perdió un hijo varón, estando embarazada de seis meses. Después nació una hija: Juana de Castilla. Pero las dudas sobre su legitimidad y el ascenso político del noble Beltrán de la Cueva, hicieron pensar que Juana no era hija del rey, sino de Beltrán.
Sus hermanastros Isabel y Alfonso sufrieron el maltrato de Juana de Avis, temerosa de que su hija no tuviera opciones de alcanzar la corona a causa de sus hermanastros. Su madrastra, Isabel de Portugal, vivió recluida en Arévalo durante su reinado.
Enrique IV valoraba y respetaba a Isabel, además de sentir cariño por el infante Alfonso pero no llegó a defenderlos ante las intromisiones de Juana de Avis, según relatan los cronistas de la época.
De perfil psicológico complejo y melancólico, en su época también se dijo de él que la compañía de muy pocos le placía. Era tímido y toda intervención en público le daba vergüenza.
Era gran cazador y gran jinete, aunque no gustaba de insignias ni ceremonias reales. Huía de los negocios y los despachaba muy tarde.
Indeciso, poco constante, abandonaba sus obligaciones a menudo y no cumplía con las cosas pactadas.
Otras de sus cualidades eran de carácter más artístico. Era un cantor hábil, tañedor de laúd, experto latinista, buen escribano y magnífico lector.
Enrique no reaccionaba con la furia que cabría esperar contra las críticas ni los envites de la nobleza. La mansedumbre del rey siempre fue interpretada como síntoma de debilidad y pusilanimidad, pero a veces Enrique IV lo que hacía era actuar de forma pacífica y conciliadora.