Fotografía

En el año 1986, Alberto decide concentrar más energías en la fotografía y pasarse al medio formato. Si bien, animado por su amigo Quico Rivas, ya había realizado su primera exposición en la Galería Buades (1981), es ahora cuando su actividad expositiva empieza a cobrar más relevancia. Alberto es considerado un “outsider” en el panorama fotográfico nacional de la época, pero su mirada personal y su obstinación dejan patente una trayectoria de autor alejada de etiquetas o modas, para dejar paso a una obra que trascendía el universo puramente fotográfico adentrándose en terrenos de creación artísticos y originales (por auténticos). Terrenos por los que transita probando sus propios puentes.

En este momento García-Alix ya había visitado algunas exposiciones de autores extranjeros que le permitieron afianzar su posición independiente. Los retratos de Agust Sander por un lado y el trabajo de reconocidos autores como Walker Evans o Danny Lyon no hacen más que confirmar lo intuido por él: la capacidad de la fotografía para enfrentarse a una realidad de la que ansía apropiarse. Una postura radical e independiente con la que también acomete sus encargos. Portadas de discos (que ya venía haciendo desde hace años), algún trabajo editorial y la confianza que en él depositan otros creadores como el diseñador Manuel Piña, nos descubren a un García-Alix que rompe moldes, que no entiende de limitaciones o encorsetamientos, dando lugar a una nueva obra en el decorado de Madrid.

Un decorado por el que desfilan sus amigos bajo la luz de las tapias. Ahora su narración se desplaza al extrarradio de la ciudad. Paisajes urbanos de esencia industrial de barrio conforman el escenario de sus fotografías, pequeñas historias comprimidas en un instante nos acercan a sus “personajes”. Los compañeros eran congregados en su casa de Martínez Corrochano hasta que Alberto decidía tomar el equipo fotográfico y echarse a la calle con ellos. Fabio Macnamara, Alaska, El Basi, retratados bajo una luz tenue de contrastes suaves, que baña sus cuerpos moldeados por el ojo del artista, haciendo de lo simple complejo y de lo compuesto, natural. También el patio interior de sus casas sirve de improvisado estudio fotográfico. De las limitaciones, virtudes. Los modelos se apoyan en una cornisa o aparecen tras una esquina. De nuevo esa luz reflejada en las tapias que nos permite profundizar en sus miradas, conducidas por el fotógrafo hacia el centro de las nuestras.

Una mayor profundidad se deja sentir a medida que el fotógrafo trasciende el medio fotográfico. En un pulso entre su vida y su obra, retrata a los que le rodean: sus amigos, compañeros de viaje, bikers, mujeres. Todos ellos observados con una mirada despierta que encuentra en el otro la magia de un momento compartido: “la magia de la vida es el encuentro”, nos dice el propio artista. En los años ochenta Alberto trabaja sobre su entorno, para él relevante por propio, sin consideraciones de otro tipo como la trascendencia social o mediática del retratado. Reivindica a seres “anónimos” nombrados por su cámara.