Alberto García-Alix La línea de sombra
Motos
La moto es el primer motivo que García-Alix fotografía cuando, en 1975, su padre le regala una cámara de fotos. Una carrera de motocross, donde su hermano participaba, se transforma en su primer carrete, del que ya se pueden extraer varias instantáneas de gran valor compositivo. A partir de entonces, García-Alix ya no se separará de estas dos máquinas: la cámara y la motocicleta. Ambas constituyen un vehículo para sus emociones y el cruce entre diferentes caminos que vemos en su obra.
El arco temporal que cubre la obra de García-Alix constata una estética muy marcada que evoluciona en función de los tiempos. En los años 70 y 80, la motocicleta era un símbolo de rebeldía influenciado por una mezcla entre la estética norteamericana y la inglesa. Esta influencia se refleja en las instantáneas que García-Alix toma en la época de sus amigos y en sus primeros autorretratos.
A finales de los años los 80 se forman en España los primeros motoclubs, una corriente nacida en Estados Unidos que se extiende y adquiere gran fuerza en Europa. En Madrid, García-Alix entra a a formar parte de los Centuriones, primer motoclub importante en España. Las concentraciones de bikers o moteros, realizadas generalmente en espacios naturales, son un sujeto recurrente en sus fotografías de la época, donde una estética dura contrasta con la belleza del entorno y de las imágenes del autor. García-Alix también fotografía a sus compañeros y sus motos en entornos urbanos, a veces en la puerta de su casa, con las calles del extrarradio de Madrid como fondo. En el año 1994, el autor da un paso más allá en su pasión por la motos y crea un equipo de competición. El Pura Vida toma su nombre del lema del grupo que el autor forma a su alrededor cuando edita la revista El Canto de la Tripulación (1989-1997), otro sueño colectivo desarrollado en esa década.
A partir del año 2012, el autor comienza un nuevo acercamiento para generar un discurso fotográfico renovado. Un acercamiento formal evidencia un uso más abstracto y alegórico de la imagen, buscando sus límites. Él lo cataloga como “una metáfora sobre la moto que permite reconocerla incluso sin verla”. Su posición en el plano es arriesgada, a veces aberrante: sombras deformadas, posturas contrahechas; en un aislamiento de un entorno desnudo de referencias.